Estudiantes, profesores e instituciones víctimas del comercio

Esta semana escuché a una profesora decir que no se le ocurren más estrategias para poder lograr que los estudiantes avancen en la materia y logren los resultados esperados. Le decían desde la institución que no se trata de bajar los estándares de calidad, pero sí se debe lograr que los estudiantes aprueben, como si aprender fuera algo que alguien más puede hacer por un individuo.

Por Adry Manrique 

Es cierto que los profesores proveemos las experiencias, las preguntas y las orientaciones que se espera sean suficientes para que los estudiantes logren aprender. Sin embargo, esto no es posible sin los estudiantes, sin sus voluntades y sin su trabajo. Aprender requiere tiempo, pero también, remangarse y trabajar, fuertemente.

Quienes son las víctimas de este entramado:

  1. En primer lugar, los estudiantes, que de alguna manera se han convencido o han sido convencidos de que, sin trabajo duro, es posible aprender, que lo que merecen por su paga es profesores que sean capaces de explicarles tan claramente algo, que ellos adquieran habilidades que no han entrenado, que desarrollen competencias por medio de una escucha que no es siquiera atenta.
  2. Después están los profesores, presos del miedo, con preguntas recurrentes acerca de ¿cómo le digo a los estudiantes que no han hecho lo necesario?, ¿cómo los invito con suficiente ahínco y tacto a practicar lo necesario?, ¿cuál debe ser mi actitud para que la evaluación docente sea suficiente para mantenerme en ejercicio?, ¿cuál será el límite de estudiantes reprobados aceptables para la institución?, ¿no será mejor aprobarlos y que el problema lo asuma el siguiente?
  3. Las instituciones también entran en tensión, entre los indicadores de acreditación está la tasa de retención de un lado, por otro lado, los estudiantes son los que permiten que la institución se sostenga y en ese sentido, hay que atenderlos y satisfacerlos, pero también tiene la obligación social de entregar formaciones de calidad.
  4. La sociedad también es una víctima, de un lado están los padres que hacen inversiones millonarias esperando futuros brillantes y seguramente creen haber hecho siempre lo mejor, incluso cuando escribieron a la institución reclamando por un profesor exigente o por un problema de su hijo que, en todo caso, debería asumir él.Me he preguntado cómo llegamos a este punto y por qué todo lo que sabemos y hemos estudiado acerca de la educación, no nos prepara para estos escenarios, he concluido que la educación no se ha preparado y no podía hacerlo, para un escenario en el que el estudiante y su familia se convierten en clientes y como reza el adagio popular, el cliente siempre tiene la razón.

La educación tampoco se preparó para un escenario en el que su promesa de valor se viera comprometida, hasta hace un tiempo, la educación era sinónimo de ascenso social y económico, sin embargo, esta promesa cada vez está más comprometida, por esto, ante un aumento increíble de la oferta educativa y la disminución vertiginosa de jóvenes aspirantes, con la necesidad de sostenimiento en el medio, el problema se refuerza.

El Estado y con él la educación pública son, si no la única, una clara esperanza para este problema, no solo porque su promesa de valor se mantiene y aún hoy, los rendimientos que va a traerle a la vida de alguien son positivos y significativos. También porque las relaciones con la institución son diferentes, las relaciones con los docentes son diferentes y las regulaciones entre docentes y estudiantes también, no hay profesores preocupados por su despido ante la queja de un padre o estudiante insatisfecho, no hay tampoco estudiantes que se consideren clientes insatisfechos ante una clase. Todo esto sin desconocer que trae excesos, conocidos, pero objeto de otra reflexión, esta quiero dedicarla a agradecerle una vez más a la educación pública, esta que sea una catarsis.

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